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martes, 22 de mayo de 2012

Libre expresión y violencia 2.0


Marco Lara Klahr / marcolaraklahr@otromexico.com

Nunca se había producido en México tanta violencia directa ni tanta saña homicida, con tal frecuencia, contra el gremio periodístico. La violencia criminal y la corrupción política son la mezcla que está ejerciendo esa presión sobre periodistas y medios noticiosos.

Esta atmósfera desoladora, que suma cada semana a colegas asesinados, desaparecidos, golpeados o expulsados, nos impide sin embargo mirar que en la raíz del problema está la histórica opresión política y económica de los poderes contra la prensa.

Durante tres décadas he constatado esa opresión lo mismo en el Distrito Federal que en los estados, con mayor o menor intensidad, y se expresa en una mayoría de periodistas y empresarios mediáticos complacientes o cuando menos adaptados, y una minoría que navega como se pueda. Me refiero a medios que:

1.     Fueron creados con capitales sustraídos del erario público, por complicidades políticas ―comenzando por las de los gobernadores, que desde el momento en el asumen el poder suelen adquirirlos o los crean para contrapesar a medios críticos o no serviles.
2.     En modo alguno podrían subsistir sin la asignación de publicidad oficial, por vías formales y/o informales, así como la partidista en tiempos electorales.
3.     Son reproductores de las versiones oficiales en los ámbitos político, de gestión gubernamental, policial y judicial, invisibilizando al grueso de la comunidad.
4.     Tienen dueños favorecidos con contratos para proveer al sector público de productos y/o servicios, o detentar concesiones de negocios dedicados, por ejemplo, a la publicidad exterior, la impresión de papelería oficial y libros, y en otros ámbitos ajenos al periodístico.
5.     Son críticos para ejercer presión hasta que el poder político les asigna publicidad ―hoy esto incluye a muchos medios por Internet.
6.     Un puñado de medios marginados, acosados, reprimidos o quebrados por ser independientes.
7.     Y esa minoría que en el Distrito Federal y otras pocas ciudades son exitosos porque tienen mejores márgenes de negociación política.

Un sistema de medios así produce periodistas que, asignados a los sectores políticos, económicos, policiales y judiciales:

1.     Cobran porcentaje de toda publicidad que recibe su medio de tales sectores.
2.     Se dedican a la venta de publicidad para patrocinar sus espacios.
3.     Utilizan sus espacios para hacer publicidad «encubierta», incluidas entrevistas «facturadas».
4.     Reciben regalos que van desde autos hasta iPads, por ejemplo, en fiestas navideñas.
5.     Son también proveedores, contratistas o concesionarios del gobierno.
6.     En el caso de los policiales y judiciales, reciben salarios o «apoyos» de diversas dependencias; les son asignados vehículos que fueron requisados y hasta armas ―recuerdo el caso del director de un medio del norte que traía en la cajuela de su auto un fusil de asalto, «regalo de mi compadre el general jefe de la zona militar»―, y cubren acríticamente las «presentaciones» de detenidos y los operativos policiales y militares a cambio de recibir información sustraída ilegalmente de expedientes judiciales.
7.     Son críticos hasta que reciben prebendas del poder.
8.     Son mensajeros del crimen organizado hacia el resto del gremio periodístico.
9.     Unos pocos independientes que son por ello perseguidos y en ocasiones marginados, golpeados, desaparecidos, asesinados y/o expulsados de sus comunidades.
10.   Los que en algunas capitales sobreviven dignamente del ejercicio de la profesión.

Lo que quiero decir es que sorprenderse porque hoy los periodistas y los medios de varias regiones no pueden informar a la sociedad sobre el crimen organizado y sus vínculos con el poder político es eludir que en México la prensa nunca ha sido plenamente libre, y que la presión que hoy vivimos los periodistas es solo una versión «recargada» de la anterior.

Antes padecíamos a gobernantes y políticos incapaces de respetar el ejercicio de la libre expresión, expertos en opacidad e intolerantes. Hoy seguimos padeciéndolos, pero imbricados con poderes criminales más o menos autónomos. Y, como decía Javier Darío Restrepo en el Foro «Mundos distintos, amenazas similares» [Institute of the Americas, marzo 26-29, 2012, San Diego, California], «El silencio para ellos [narcotraficantes y servidores públicos corruptos] juega un papel tan importante como las armas o el dinero. De hechos, estos dos instrumentos se utilizan para imponer silencios».

En un contexto así, el desafío de los periodistas ―que no podremos asumir sin el apoyo de nuestras comunidades― es preservar o ensanchar la independencia, pues como dijo también nuestro querido Javier Darío, «[…] el soborno o la intimidación [son] dos formas de presión a las que el periodista debe oponer la fragilidad de la palabra y sobre todo la consistencia de su independencia. Esto es más fácil decirlo aquí que hacerlo… pero hay que hacerlo o buscarse otro oficio».

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